jueves, 4 de abril de 2013

No todo puede ser bueno.

Es verdad que robar una chuche no está bien, ni tampoco cruzar la calle cuando el semáforo está en rojo. Tampoco debemos decir el nombre del Señor en vano ni mantener relaciones si no es para procrear. Dicen que no es correcto escribir las tildes cuando escribes en mayúsculas y tampoco se debe apagar el despertador y pensar "5 minutos más" porque sabes que acaban siendo horas.

Esto no está bien, pero seguro que alguna vez hemos hecho alguna de estas cosas...

No es por nada, pero lo políticamente correcto nos ha vuelto paranoicos.


martes, 2 de abril de 2013

Contraste de calores

Abres el grifo y te metes dentro de la ducha. El agua todavía está helada pero no te importa, incluso te gusta el contraste que hace con el calor de las lágrimas. Piensas "hoy será un buen día" y decides creértelo.

Han pasado once horas y una vez tumbada en la cama te das cuenta que tampoco ha sido tan difícil intentar ser feliz, que una se siente mejor con una sonrisa en la cara y que lo pasado, pasado está. La vida es dura, pero tampoco lo tiene que ser tanto... No insistas en complicártela. 




Aprovecha lo que tienes, disfruta de tu tiempo, pues este es largo para quien espera y muy lento para los que sufren. Pero, para los que aman el tiempo será eterno.


lunes, 1 de abril de 2013

¿Qué hubiera pasado si...?

Cuentan que cierto día un discípulo de Sócrates se le acercó y le preguntó:
Maestro, he de escoger entre dos opciones y no sé cuál he de elegir.
La contestación del sabio no se hizo esperar:
Desconozco cuál ha de ser tu elección. Lo que sí te puedo decir es que, antes o después, te preguntarás por qué no escogiste la otra opción.



Tristes esbozos del ayer

I. BOCETOS REALIZADOS A LÁPIZ 

 Cuando llegó a aquella habitación oscura, dónde apenas la luz conseguía atravesar las ranuras de las persianas, dejó caer su carpeta llena de bocetos y su cuerpo se desplomó. No podía contener los ojos abiertos y las gotas de sudor recorrían su frente y sus mejillas. Tras rebuscar durante medio minuto en su bolsillo logró encontrar la pequeña bolsita. Sobre una pequeña mesa la abrió y rebosó su contenido sobre ella. Con dificultad cogió la tarjeta de crédito y esnifó el polvo blanco. Dilatación de pupilas inmediata. Rebuscó sobre el escritorio la paleta que tenía sobre ella pintura resequida, el pincel y sobre aquel enorme lienzo blanco empezó a delinear trazos sin sentido alguno en el sucio suelo de su casa. 

Un remolino. Un remolino era lo único reconocible sobre aquella pintura oscura. Cada vez trazaba las curvas con más y más fuerza. La rabia le hizo estampar el pincel una y otra vez sobre aquel cuadro angustiante hasta que lo atravesó. Entonces rebozó sus manos en pintura carmesí y las plasmó sobre aquel torbellino. Su cabeza se posó sobre aquella pared repleta de periódicos y dibujos y sin poder evitarlo llevó sus rojas manos a secar las lágrimas de su rostro. 

Ella era la envidia de toda mujer y el deseo de cualquier hombre y sin embargo ella vivía única y exclusivamente por los niños de la sección de oncología del hospital y la pintura. Esa mañana de abril murió Gabriel. Un tumor cerebral acabó con aquellos hoyuelos que se le remarcaban en las mejillas cuando sonreía. Él sabía que su vida estaba acabando. Empezó dibujando flores en todo su esplendor, con una amplia gama de colores y unos cielos azules como solo se podían ver en las mañanas de verano y sus últimos dibujos mostraban noches oscuras sin estrellas destelladas y árboles con ramas absueltas de hojas. Él sabía que su vida había dejado de ser perenne y se dio cuenta que el otoño había llegado para él. Ella le quería, había estado junto a él durante cientos y cientos de días pero ella supo que aquellas frías pinturas se iban a ir con él. 


 II. LOS PRIMEROS TRAZOS SOBRE LIENZO 

Una noche de agosto conoció a Adrián. Tenía los ojos verdes y unos rizos rojizos no demasiado remarcados. Sus mofletes se teñían de pecas pardas y tenía una sonrisa escarlata como la sangre. Leucemia a los siete años. Le encantaba dibujar. En todos sus esbozos dibujaba una mariposa. Me gustaría ser como ellas. Son libres y no tienen que estar durante no sé cuantas horas con estas agujas. En dos meses perdió todo su azafranado cabello y con él también fue dejando atrás su vitalidad. El otro día vi por la tele un señor que pintaba con un pincel un cuadro muy grande. Algún día, cuando me cure, voy a hacer uno tan grande que no va a caber dentro de ninguna casa. Qué inocentes palabras susurraba. Ella había sido como él. Cuando era pequeña usaba sus zapatitos de charol con sus vestiditos de flores y sólo deseaba llegar a casa e inundarse en el mundo de la pintura y darle un nuevo estampado a sus vestidos. 

El día de su cumpleaños ella le llevó un caballete y un lienzo enorme al hospital. Cuando entró en su habitación, ésta estaba inundada de luz y él todavía dormido. Dejó delante suyo las cosas y fue al baño. No había dormido prácticamente nada esa noche y su cuerpo se desvanecía. Sobre la tapa del retrete volvió a abrir una pequeña bolsa y como acto de costumbre hizo la secuencia de siempre: tarjeta de crédito, raya perfecta, esnifó, dilatación de pupilas y reducción de la fatiga. Estaba lista para volver a la habitación. Cuando entró, lo vio fascinado mirando el lienzo que debía ser el triple de grande que él. ¿Has sido tú? Saltó de la cama y la abrazó con todas sus fuerzas, que en aquel momento no eran muchas. Eres la mejor. Ella sonrió y sintió que estaba viviendo uno de los momentos más felices de su vida, como él. Le preparó todo y le enseñó cómo se pintaba sobre el lienzo. La pequeña criatura miraba con admiración como se formaba cada uno de los trazos que concebía el pincel que sujetaban juntos. Dibuja una mariposa, por favor. Ella cogió la paleta y sobre ella derramó el azul y el amarillo y en un borde fusionó ambos colores. El azul es un color frío y el amarillo uno cálido. Si los mezclas forma el verde. El verde es el color de la esperanza. No quiero que la pierdas nunca. Tienes que ser fuerte y así podrás curarte. Ella delineó la mariposa más bonita que él podía haber visto jamás y juntos la impregnaron de colores. Su cara rebosaba felicidad. Él quería seguir plasmando sobre aquel enorme lienzo sus sueños y dejar atrás sus temores pero estaba agotado. Todo aquello había sido un gran ajetreo y le pidió que se sentara con él en la cama. Cerró los ojos y el pequeño niño sin cabello le susurró te voy a contar un cuento: érase una vez un niño que no tenía papás y vivía con otros niños en un “onfanato”. Una noche, cuando se iba a dormir lo llevaron a un hospital y desde ese día estuvo siempre dibujando con una chica muy simpática. Ella le enseñó muchas cosas y el día de su cumpleaños le hizo el mejor regalo: le dejó pintar un cuadro. El niño solo quería curarse porque su sueño era llegar a ser como ella algún día. Sus lágrimas resbalaban por sus mejillas pero él no lo supo, ya estaba dormido. 


 III. PINTANDO RECUERDOS SOBRE LA REALIDAD 

Volvió al día siguiente por la tarde pero no había nadie en la habitación. Su pequeño había ido a una sesión de quimioterapia. Cuando decidió que le esperaría dentro vio el cuadro. Estaba prácticamente impregnado de un verde oscuro. Ella sabía que esa mañana no había estado bien, nunca había usado esos colores tan apagados. No tardó demasiado en llegar y fue directamente al baño e inundó su cabeza en el retrete. Ella se puso de rodillas junto a él acariciándole su calva cabeza. Tranquilo, ya falta poco para que esto termine. Ambos sabían que no, que eso no era verdad. Él le cogió la mano y la condujo hasta la habitación. Sacó una pequeña cajita de madera de una vieja mochila y se la dio. Quiero que la guardes tú siempre. Ábrela, va… Con una sonrisa en la cara ella abrió la cajita. Dentro estaba su pelo rojizo que tanto le había gustado el día que lo conoció. Mira esta foto que graciosa. Era de cuando aún tenía pelo. Él la cogió y le abrió la mano para que la aguantase. Así podrás acordarte siempre de mí. Ella ya estaba llorando y no dudó en dejar la cajita sobre aquellas sábanas blancas. Le abrazó y sintió la necesidad de decírselo. Te quiero, Adrián. Ella sabía que era recíproco aunque él no le contestó. El pequeño niño empezó a respirar hondo, hasta el momento en que no lograba hacerlo. Gritos de mujer se escuchaban desde la habitación y pronto vino alguien. Ella tuvo que esperar fuera y por mucho que suplicó a Dios, no sirvió de nada. Adrián murió el primer día de primavera. Ella se sintió perdida. Sentía el precipicio de la soledad. Aquella noche, en aquel cuarto de baño donde esa misma tarde habían estado juntos dados de la mano, volvió a abrir la cajita que él le había regalado. Detrás de la foto había escrito “Te quiero. Tengo ganas de que acabemos juntos nuestro cuadro”. Tuvo ganas de acabar con todo, de abrir mil y una bolsitas para acabar con ese dolor, pero no lo hizo. Se secó las lágrimas que habían estado besando sus mejillas durante más de dos horas y se alzó en busca de un pincel. 

Una vez enfrentada a aquel cuadro repleto de verde oscuro con una mariposa en una esquina pintó por primera vez sus sueños. Fue entonces cuando se dio cuenta que mientras ella les decía a los niños que esbozasen sus sueños, ella reflejaba sus pesadillas en todos los cuadros que pintaba. Entendió entonces que ese era el momento de vivir los sueños, no de vivir sus pesadillas.